Juan Martínez de Salafranca nació en Teruel en 1697, ciudad que forjó su formación inicial y lo vinculó tempranamente a la tradición humanista. Figura singular en el tránsito entre la erudición barroca y el impulso racionalista de la Ilustración, su obra refleja esa tensión crítica con lucidez.
Sacerdote de formación sólida, su vida intelectual no se limitó al ámbito eclesiástico: desde joven se volcó en el estudio de las lenguas clásicas, la historia antigua y la crítica textual, con una ambición que desbordaba los límites del púlpito. Su vocación fue doble: servir a la verdad desde la fe y desde la letra, sin concesiones ni dogmatismos.
Fundador de una prensa crítica
En 1737, fundó el Diario de los literatos de España, publicación periódica que marcó un hito en la historia de la crítica literaria y científica en lengua castellana.
No se trataba de una simple gaceta de novedades, sino de un espacio analítico, donde se reseñaban obras con criterio filológico, histórico y ético. El tono era exigente, severo, pero siempre orientado a depurar el saber y elevar el juicio público. Bajo su dirección, el Diario se convirtió en tribuna de la nueva intelectualidad ilustrada, enfrentada a la retórica hueca y al dogma sin fundamento.
Salafranca. Erudición multilingüe y pedagogía
Su obra como gramático y pedagogo es igualmente notable. Publicó gramáticas de latín, griego, hebreo y castellano, con un enfoque que combinaba precisión técnica y claridad didáctica. No buscaba solo enseñar reglas, sino formar criterio lingüístico.
En sus tratados se advierte una voluntad de sistematizar el saber sin perder el contacto con la tradición humanista. Su gramática castellana, en particular, anticipa preocupaciones que siglos después retomaría la filología moderna: la relación entre norma, uso y estilo.
Instituciones y memoria histórica
Salafranca fue miembro activo de la Real Academia Española y presidente de la Real Academia de la Historia, donde impulsó la recuperación de fuentes antiguas, la edición crítica de textos y la reflexión sobre el pasado hispánico desde una perspectiva más racional que apologética.
Su interés por las antigüedades, las inscripciones y los documentos lo sitúa en la vanguardia de la historiografía ilustrada, que aspiraba a reconstruir el pasado con método, no con mitos.
Entre la severidad y la lucidez
El estilo de Salafranca es sobrio, a veces árido, pero siempre lúcido. Rehúye la ornamentación barroca y se acerca al ideal ilustrado de claridad y orden. En sus escritos se percibe una tensión entre la fidelidad a la tradición y la necesidad de reforma: no reniega del legado clásico, pero exige rigor, depuración y honradez intelectual. Su crítica no es destructiva, sino correctiva; su erudición no es exhibicionista, sino funcional.
Juan Martínez de Salafranca hoy
Merece ser estudiado no solo como figura histórica, sino como modelo de integridad intelectual. Su defensa de la crítica fundada, su impulso editorial y su compromiso con la verdad lo convierten en un referente para cualquier proyecto que aspire a conjugar memoria, ética y excelencia.
En tiempos de ruido y consigna, su figura recuerda que el pensamiento exige método y que la palabra pública debe estar al servicio del juicio, no de la propaganda. ¿Lo entiende, Sánchez? ¿Y Bolaños?
Juan Martínez de Salafranca falleció en Villel (Teruel) en 1772, a los 75 años de edad.