Ahora va y un oclócrata de los que más poder tienen en la estructura de destrucción de los cimientos de España resulta que pone públicamente la mano en el fuego por la honorabilidad y honradez de otro. Así, como suena. Nos estamos refiriendo a que Bolaños el triministro del mal avala la bondad innata de alguien a quien desde lejos se le intuye la maldad (Santos Cerdán).
En fin, que estamos en el país de tócame, Roque. Estos se creen que están actuando impunemente ante retrasados mentales y, aunque, en buena parte tienen razón, deben saber que algún día algo hará catacrack. Se nos ríen en la cara, los malnacidos. Saldrán escaldados.
Poner la mano en el fuego. Origen
La expresión poner la mano en el fuego se remonta a la Antigüedad grecolatina. Su origen se asocia con el legendario acto de Cayo Mucio Escévola, un joven romano que, en el siglo VI a.C., se dejó quemar la mano derecha ante el rey etrusco Porsena para demostrar su valor y lealtad a Roma. Este acto de arrojo fue tan impactante que su historia se transmitió a lo largo de los siglos y se transformó en símbolo de sacrificio y compromiso absoluto. Y es que Escévola, al contrario que Bolaños, sí puso literalmente la mano en el fuego.
Durante la Edad Media, la expresión adquirió un matiz judicial y religioso a través de las ordalías o juicios de Dios. En estos rituales, el fuego era utilizado como medio para determinar la inocencia o culpabilidad de una persona: si el acusado soportaba el fuego sin quemarse gravemente, se consideraba que la divinidad lo protegía y, por tanto, era inocente. Estas pruebas aparecen documentadas en textos legales tan antiguos como el Código de Hammurabi y el Antiguo Testamento, y se practicaron en toda Europa medieval, incluso en procesos inquisitoriales.
Significado, usos y curiosidades
Hoy, poner la mano en el fuego por alguien o algo significa expresar una confianza absoluta y sin reservas. Quien utiliza esta frase está dispuesto a arriesgar su propia credibilidad o integridad (Bolaños, no) para avalar la honradez, inocencia o veracidad de otra persona o hecho. El sentido estricto desapareció, pero se mantiene la idea de asumir un riesgo extremo como prueba de respaldo total.
La fuerza simbólica de poner la mano en el fuego ha permitido que la expresión sobreviva siglos de evolución lingüística y social. Ya en el siglo XVII, Sebastián de Covarrubias la recogía en su Tesoro de la lengua castellana o española con el mismo sentido que conserva hoy: asegurar la verdad y certeza de algo. La Real Academia Española la incluyó en su primer diccionario en 1734, consolidando su uso en el ámbito hispano.
Poner la mano en el fuego es una de esas frases que enriquecen el idioma español, aportando una imagen que trasciende lo literal para instalarse en el terreno de la confianza y la lealtad. Su uso sigue siendo frecuente tanto en el habla coloquial como en registros formales y su carga simbólica la convierte en una referencia cultural entre el presente y las creencias ancestrales.
La expresión no solo refleja una actitud personal, sino que también transmite valores colectivos sobre la importancia de la palabra, el honor y la confianza, elementos fundamentales en la convivencia social y en la construcción de relaciones personales y públicas. Tampoco sobre esto sabe nada Bolaños, ni nadie de la banda de los oclócratas.