¿Qué fue la Revolución de Asturias?
En octubre de 1934, la II República Española sufrió un ataque frontal contra su legalidad institucional. No fue perpetrado por militares ni por monárquicos, sino por quienes hoy se presentan como sus más fervientes defensores: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y la Unión General de Trabajadores (UGT). Bajo el liderazgo de Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto, el socialismo español decidió que la República solo era legítima si obedecía sus designios. ¡Democracia!
La entrada de tres ministros de la CEDA —fuerza conservadora que había ganado limpiamente las elecciones de 1933— fue el pretexto para desencadenar una insurrección armada que dejó miles de muertos y puso en jaque el orden constitucional. ¡Democracia!
Asturias: laboratorio de la insurrección
El epicentro de la revuelta fue Asturias, donde la huelga general se transformó en una auténtica guerra civil regional. La preparación fue meticulosa: armas desembarcadas en la costa, milicias organizadas y una estrategia que incluía la toma de fábricas, cuarteles y edificios públicos. El arsenal incautado incluía fusiles Mauser, ametralladoras, lanzallamas y cientos de miles de cartuchos, todo financiado por el PSOE meses antes del supuesto detonante político.
La Cámara Santa de la Catedral de Oviedo fue dinamitada y los enfrentamientos con el Ejército de África —enviado por el gobierno legítimo— dejaron un reguero de sangre que aún se intenta minimizar o justificar.
Golpe socialista. Franco, defensor de la legalidad
Durante esta insurrección, el general Francisco Franco fue uno de los encargados de restaurar el orden constitucional. Lejos de conspirar contra la República, actuó como defensor de su legalidad, bajo las órdenes del ministro republicano Diego Hidalgo.
Desde su puesto en el Estado Mayor, Franco coordinó la respuesta militar que sofocó la rebelión en Asturias, ganándose el respeto de sectores republicanos moderados por su eficacia y disciplina. Este episodio, incómodo para el relato izquierdoso—, revela una verdad silenciada: antes de convertirse en símbolo del alzamiento de 1936, Franco fue garante del orden republicano frente a quienes hoy se presentan como sus víctimas. ¡Paradojas de la memoria!
Cataluña: la República Federal como desafío
Simultáneamente, en Cataluña, Lluís Companys proclamó el Estado Catalán dentro de una inexistente República Federal Española. Fue otro acto de sedición, disfrazado de federalismo, que buscaba desbordar el marco constitucional. La respuesta del gobierno fue firme, pero la narrativa posterior lo ha convertido en un episodio de represión centralista, ocultando que fue una insurrección contra el propio pacto republicano.
El relato invertido: golpe socialista
La paradoja histórica es flagrante. Los mismos actores que en 1934 intentaron derribar la República por la vía de las armas, se arrogan hoy la autoridad moral para condenar cualquier levantamiento posterior. Salvador de Madariaga, republicano liberal, lo expresó con claridad: Con la rebelión de octubre de 1934, la izquierda española perdió la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936.
Incluso Indalecio Prieto reconoció su culpa: Me declaro culpable ante mi conciencia, escribió años después. La izquierda que se alzó contra la República no fue víctima, sino protagonista de su desestabilización.
Memoria selectiva y legitimidad usurpada
La historiografía oficial ha tendido a silenciar o relativizar estos hechos. Se habla de huelga general, de protesta obrera, de reacción antifascista, cuando lo que ocurrió fue una insurrección armada contra un gobierno legítimo. La República no era socialista, ni debía serlo. Era plural, imperfecta, pero legal. El PSOE y la UGT decidieron que si no gobernaban ellos, debía caer. Esa es la raíz del conflicto que desembocaría, dos años después, en la Guerra Civil.
Conclusión: la memoria como deber
Recordar octubre de 1934, el golpe socialista, no es un ejercicio de revancha, sino de honradez histórica. No se puede construir una memoria democrática sobre el olvido selectivo ni sobre la inversión del relato. Quienes dinamitaron la legalidad republicana no pueden erigirse en sus guardianes. La historia exige rigor, y la verdad —aunque incómoda— es el único camino hacia una reconciliación auténtica.