Si la política española fuese una telenovela, Óscar López sería ese personaje que entra gritando en cada escena, tropieza con el sofá y, en lugar de disculparse, acusa al mobiliario de tramar algo con la ultraderecha. Pero, ¿cómo llegó este bienmandado al Gobierno que es ministro pero actúa como candidato a la presidencia de Madrid? Y si don Sánchez le mandase ponerse la camiseta de Marruecos, ahí estaría este López, por supuesto. En fin, vamos con la analepsis…
Óscar López. Sus grises orígenes
No, don Óscar no nació siendo ministro. Antes de convertirse en el azote dialéctico del sentido común, fue funcionario de la Comunidad de Madrid. Se especializó en gestión pública y administración digital, lo que explica por qué hoy suelta términos como transformación algorítmica mientras*mete la pata en analógico.
En sus años de oficina, dicen que ya destacaba no solo por su cara de acelga sino también por su habilidad para convertir reuniones aburridas en monólogos incómodos. Algunos excompañeros juran que una vez intentó digitalizar la cafetera y terminó con el servicio técnico llorando.
López no es un apparátchik clásico del PSOE, aunque se afilió a la banda criminal en 1996. Fue fichado en 2018 como asesor de Pedro Sánchez para temas de modernización administrativa (alguien tenía que intentar que Moncloa dejara de usar faxes). Su elección fue un misterio: ¿buscaban a alguien tan beligerante como él, pero sin su sonrisa de yo controlo? O quizás el algoritmo de LinkedIn recomendó un tipo que hable rápido y no tema al ridículo.
El ministro López
En 2023, López aterrizó en el Ministerio de Transformación Digital tras la purga postelectoral. Su nombramiento fue recibido con sorpresa: los socialistas tradicionales se preguntaban ¿este quién es? y los periodistas políticos decían ah, el que grita más que Íñigo Errejón en un bingo.
Sus logros técnicos incluyen intentar digitalizar la administración (aunque su mayor éxito fue que la app Cl@ve siga colgándose) y combatir la desinformación (lo que en su léxico significa combate a la diversidad ideológica). Destripe: no le funciona.
López es un híbrido entre funcionario gris y youtuber político, con un estilo que mezcla falsa calma tecnócrata y rabieta adolescente. Cuando le llevan la contraria, su respuesta es ¡fascistas! o ¡vergüenza de democracia! (y luego se queja de la crispación).
Frases célebres (para enmarcar y tirar): Madrid es un meme. No voy donde no me invitan. Acabaremos con el fascismo. No pasarán. Eso no es más que la demostración del negacionismo de la extrema derecha. Cuando se le preguntó por su antecesor en la secretaría general del PSOE en Madrid, Juan Lobato, fue tajante y dijo: No le voy a dedicar ni un minuto a este asunto, destacando que no mantiene relación con Lobato. Como ven un gobernante moderadamente ejemplar y adalid del dialogocismo.
¿Por qué sigue en el cargo? Es útil para hacer el trabajo sucio de desviar atención. Es predecible: Sánchez sabe que nunca le hará sombra (porque hasta los suyos lo ven como un arma arrojadiza). Y, claro, es el pato de los disparos: cuando todo falle, él ya habrá dicho algo peor y absorberá la crítica.
Corolario
Si la política fuese MasterChef, Óscar López sería el concursante que quema la tortilla pero le echa la culpa al fuego… y luego acusa al jurado de ser unos fachas. O sea, 8/10 en estridencia y 2/10 en resultados.
Si el ministro para la Transformación Digital tuviera que digitalizar su propio discurso, el algoritmo arrojaría Error 404: Autocrítica no encontrada. Con la sutileza de un elefante en una cacharrería, López ha convertido cada micrófono en un campo de batalla donde, eso sí, siempre pierde.
Y si el ministerio de Transformación Digital incluye transformar verdades a medias en eslóganes, López es un genio. Si no, que alguien le explique que la función pública no es un concurso de gritos.
Nota final: 2/10 en diplomacia, 11/10 en alimentar al rival. 100 % en oclocracia.