Solo cuando los políticos dejen de servirse del poder y empiecen a servir al pueblo con responsabilidad, honradez, justicia y visión de futuro, la política podrá recuperar su legitimidad.
En tiempos de saturación informativa y descrédito institucional, la política no se percibe como herramienta de fomento del bienestar de la ciudadanía y se ha convertido, para muchos, en sinónimo de oportunismo. Esta percepción no surge del cinismo, sino de una experiencia acumulada de promesas rotas y gestos vacíos.
Así, se impone una reflexión sobre el sentido profundo del poder y su vínculo con la legitimidad democrática.
La legitimidad perdida de la política
La política, en su concepción más noble, es el arte de gobernar para el bien común. Sin embargo, en muchas democracias contemporáneas, el ejercicio del poder deriva en una práctica centrada en el beneficio personal, partidista o corporativo. La frase Solo cuando los políticos dejen de servirse del poder y empiecen a servir al pueblo con responsabilidad, honradez, justicia y visión de futuro, la política podrá recuperar su legitimidad sintetiza una exigencia ética que debería ser el fundamento de toda acción pública.
El poder es el medio, no el fin
El poder político no es un privilegio, sino una responsabilidad. Cuando se convierte en instrumento de ambición, pierde su sentido original y erosiona la confianza ciudadana. La legitimidad no se sostiene en la legalidad formal, sino en la coherencia entre el mandato recibido y el servicio prestado.
Por eso, los objetivos de la política no deben responder jamás a intereses sectarios ni partidistas, sino orientarse exclusivamente al bienestar de todos y cada uno de los ciudadanos. Los partidos —y sus múltiples derivaciones— pueden multiplicarse como agencias de colocación o plataformas de negocio con dinero ajeno, pero cada ciudadano representa una realidad única, irreductible, y merece ser atendido como tal.
La crisis de representación
La distancia entre representantes y representados se ha ampliado peligrosamente. En lugar de ser cauce de las demandas sociales, muchos políticos se han convertido en gestores de intereses ajenos al pueblo. Esta deriva ha generado una crisis de representación que se traduce en abstención, desafección y polarización.
La legitimidad política no puede construirse sobre la retórica vacía ni sobre promesas incumplidas. Requiere responsabilidad en la toma de decisiones, honradez en la gestión de recursos públicos, justicia en la distribución de oportunidades y visión de futuro para anticipar los desafíos colectivos.
Legitimidad política: Recuperación de la confianza ciudadana
La regeneración democrática no es una consigna, sino una necesidad urgente. Para que la política recupere su legitimidad, debe volver a ser instrumento de transformación social, no de perpetuación de privilegios. Esto implica revisar prácticas, reformar instituciones y, sobre todo, exigir una ética pública que no tolere la mediocridad ni la corrupción.
La ciudadanía no puede permanecer al margen. La exigencia de responsabilidad debe ser constante y el control democrático debe ejercerse más allá de las urnas. Solo así se podrá reconstruir el vínculo entre poder y servicio, entre política y dignidad.
Y ahora volvamos a poner los pies en la tierra…
NOTA. La Cita de hoy no tiene autor conocido (o sí) pero es alguien tan desconocido como irrelevante: el mismo que el de El pudor del hambre, por ejemplo.