En las montañas del occidente asturiano, entre brañas y valles, pervive la memoria de un grupo humano singular: los vaqueiros de alzada.
No son simplemente pastores trashumantes, sino portadores de una forma de vida que durante siglos desafió la geografía, el clima y, sobre todo, los prejuicios sociales. Su historia es la de una resistencia silenciosa, tejida entre la hierba alta y los caminos de piedra.
¿Quiénes eran los vaqueiros de alzada?
Eran ganaderos asturianos que practicaban la trashumancia estacional, trasladándose con sus rebaños desde los valles bajos en invierno hasta las brañas de alta montaña en verano. Esta alzada —el ascenso estival— no era solo una estrategia económica, sino una forma de vida arraigada en el paisaje y en la identidad de sus protagonistas.
Habitaban zonas como Somiedo, Cangas del Narcea, Tineo o Valdés, y su cultura se desarrolló al margen de los núcleos rurales sedentarios. Su movilidad, su economía basada en el ganado vacuno y su aislamiento geográfico los convirtieron en una comunidad diferenciada, con costumbres, creencias y hasta dialectos propios.
Una vida marcada por la exclusión
Durante siglos, los vaqueiros fueron objeto de discriminación social por parte de los aldeanos sedentarios. Se les consideraba gente de paso, ajena a la tierra y se les atribuían supersticiones, costumbres poco cristianas y una supuesta falta de educación. Esta marginación se reflejaba en hechos tan concretos como la prohibición de compartir bancos en la iglesia, la negativa a matrimonios mixtos o la exclusión de cargos públicos.
Paradójicamente, esta exclusión reforzó su identidad. Los vaqueiros desarrollaron una cultura oral rica en cantares, leyendas y refranes, de los que muchos han llegado hasta nuestros días como testimonio de resistencia.
Arquitectura y paisaje: las brañas
Uno de los elementos más distintivos de la cultura vaqueira es la braña, el asentamiento estival en las montañas. Allí construían los teitos, viviendas de piedra con techumbre vegetal (normalmente de escoba o paja), perfectamente adaptadas al entorno. Estas construcciones no solo servían de refugio, sino que eran el centro de la vida social y económica durante los meses de verano.
Las brañas son hoy auténticos museos al aire libre, donde la arquitectura tradicional se adapta armoniosamente al paisaje. Algunas, como las de Somiedo, han sido restauradas y pueden visitarse como parte del patrimonio etnográfico asturiano.
Vaqueiros de alzada hoy
La desaparición de la trashumancia vaqueira no ha borrado sus marcas culturales ni su recuerdo social. Cada año, en localidades como Aristébano, se celebra el Festival Vaqueiro y de la Vaqueirada, donde se recrean bodas tradicionales, se cantan romances antiguos y se reivindica el orgullo de una cultura que durante siglos fue silenciada.
Además, el interés por el turismo rural y la recuperación de tradiciones ha dado nueva vida a las brañas, que hoy atraen a visitantes interesados en conocer una Asturias menos conocida, auténtica y humana.