En el archivo de palabras extrañas, hay algunas que no solo merecen explicación, sino exorcismo. Pataratas y patarateros son dos de ellas. No por su rareza fonética —que la tienen—, sino por lo que revelan: el lenguaje como impostura, como exceso, como máscara.
En tiempos donde la palabrería se confunde con el pensamiento, estas palabras nos invitan a distinguir entre decir y simular.
Pataratas y patarateros. ¿Qué son?
Patarata figura en el Diccionario de la lengua española como sustantivo femenino, con significados que aluden a lo ridículo, lo afectado y lo excesivo en el trato verbal, pero se entiende como sinónimo de palabrería hueca, retórica vacía, gesticulación verbal sin sustancia. Es el ruido que imita el sentido, la verbosidad que suplanta la verdad.
Define a pataratero como el que usa pataratas en el trato o conversación. Es decir, quien se expresa con afectación, exageración o artificio. El término es sustantivo y adjetivo, y aunque su uso es marginal, su carga simbólica es potente. El pataratero no habla: representa. No comunica: escenifica. Su discurso es un simulacro, un decorado verbal donde la forma devora el fondo.
Etimología y resonancia
Aunque no hay una etimología canónica, pataratero parece derivar de patarata, con el sufijo -ero que indica oficio o hábito. Así, el pataratero sería el profesional del exceso verbal, el artesano de la afectación.
Fonéticamente, la palabra tiene ecos de patraña, tarambana, charlatán y trapisonda, todas ellas vinculadas al engaño, la exageración o el desorden discursivo. ¿No les recuerda a alguien?
Su sonoridad —con esa repetición de ta y ra— sugiere tamborileo, ruido, ritmo sin melodía. Es una palabra que se parece a lo que denuncia: un exceso que se escucha más que se entiende.
El pataratero contemporáneo
Hoy, el pataratero prolifera. En la política, en la publicidad, en ciertos discursos académicos, en las redes sociales. Es el que habla mucho y dice poco, el que adorna su discurso con tecnicismos, eufemismos o frases hechas. El que convierte la comunicación en espectáculo, la palabra en maquillaje.
El pataratero, aunque suele serlo, no es necesariamente mentiroso, pero sí impostado. Su lenguaje no busca la verdad, sino el efecto. Es el que confunde el énfasis con la profundidad, la retórica con el pensamiento. En este sentido, el pataratero es el reverso del recio, del que habla poco pero dice mucho.
Lenguaje como máscara
Estas palabras permiten una reflexión más amplia sobre el lenguaje como máscara. ¿Cuándo hablamos para comunicar y cuándo para ocultar? ¿Cuándo el lenguaje es puente y cuándo es muro? El pataratero construye muros de palabras, decorados verbales que impiden el contacto real. Su discurso es un simulacro, una representación, una coreografía de significantes sin referente.
Frente a él, el lenguaje sobrio, recio, verdadero, se vuelve subversivo. En tiempos de saturación verbal, la palabra justa es resistencia.
¿Y si lo detectamos?
Un artículo sobre patarateros podría cerrarse con una guía irónica: Cómo detectar a un pataratero. Frases hechas, adjetivos superlativos, tecnicismos innecesarios, gesticulación excesiva, tono afectado. Pero más allá del estilo, lo que delata al pataratero es la falta de sustancia. Su discurso es un decorado sin casa, una fachada sin edificio. O sea, los oclócratas que pululan en todos los ambientes.
Pataratas y patarateros. Corolario
En hablarydecir reivindicamos el lenguaje como herramienta de verdad, no de simulacro. Por eso analizamos y, si procede, rescatamos estas palabras: para usarlas y, sobre todo, para entender lo que denuncian. El pataratero es el que convierte el lenguaje en ruido. Nosotros, en cambio, buscamos la palabra justa, la que dice sin adornar, la que comunica sin impostura.
Porque hablar no es solo emitir sonidos: es asumir la responsabilidad de decir. Y eso, precisamente, es lo que con las pataratas se elude.