Begoña Gómez no es una primera dama: es la temperatura ambiente del poder. La mujer que convirtió la influencia en método, la cercanía en protocolo y la universidad en sala de máquinas. No presidía nada, pero todo pasaba por ella.
Begoña catedrática: la sauna como modelo
En la oclocracia sanchista, el calor no se mide en grados, sino en favores. Y Begoña Gómez supo instalarse en el epicentro térmico del sistema: ni fría como la ley, ni ardiente como la calle. Tibia, envolvente, institucional. Codirectora de una cátedra sin alumnos, promotora de una transformación sin memoria y protagonista de una red de contactos donde la transparencia sudaba por los poros.
La sauna —como metáfora (o no)— lo explica todo: espacio cerrado, sin ventanas, donde se entra por invitación y se sale por conveniencia. Allí, entre toallas conceptuales y vapores de innovación, se cocían cartas de recomendación, contratos públicos y adjudicaciones millonarias. Todo sin ruido, sin firma, sin expediente. Solo con temperatura.
La cátedra como trampolín
La Universidad Complutense le ofreció una cátedra. No por méritos académicos, sino por méritos relacionales. La codirigió junto a Juan Carlos Barrabés, experto inicialmente en emprendimiento, en tecnología y en adjudicaciones… y más tarde en el arte de convertir lo público en oportunidad privada sin que se note demasiado. Juntos diseñaron un ecosistema donde la docencia era decorativa, la investigación opcional y la financiación garantizada.
La cátedra no enseñaba: conectaba. No evaluaba: recomendaba. No publicaba: influía. Y desde ese púlpito sin tesis, Begoña Gómez firmó cartas que acabaron en contratos públicos por más de 15 millones de euros. No gestionaba fondos, pero los orientaba. No adjudicaba, pero sugería. Tampoco contrataba, pero bendecía. Era la señora de su señor…
La asesora como extensión
Cristina Álvarez, su asesora en Moncloa, también imputada, era más que una colaboradora: era una prolongación. Gestionaba agendas, transmitía mensajes, organizaba encuentros. Lo hacía desde el despacho presidencial, con correo oficial y teléfono institucional. No era una funcionaria: era una interfaz. Y como toda interfaz, acabó conectando lo público con lo privado sin cortafuegos.
La UCO rastreó correos, agendas y gestiones. Encontró indubitadas trazas de tráfico de influencias, de malversación, de intrusismo. Pero en el sanchismo, la legalidad es líquida: se adapta al recipiente. Y el recipiente, en este caso, era una cátedra sin contornos, una sauna sin termómetro.
El preestreno como declaración
El día que declaró ante el juez, Begoña Gómez no se escondió: se exhibió. Horas después de responder solo a su abogado, apareció junto a Pedro Sánchez en el preestreno de El cautivo, la película de Amenábar (tal para cual). Porque en el sanchismo, la estética precede a la ética. Y nada como una alfombra roja para tapar una comparecencia gris.
Recibió abucheos, flashes y escoltas. Entró por la puerta trasera, como quien sabe que el protagonismo no siempre se gana en el guion, sino en el montaje. Y mientras la justicia investiga, ella sonríe como si el poder fuera un fotocall y no una responsabilidad.
Lo que deja Begoña, la catedrática de las saunas
No deja leyes, ni tesis, ni ideas memorables. Deja cartas, contratos, gestiones cruzadas y una pregunta incómoda: ¿cuánto vale ser la esposa del presidente? En su caso, lo suficiente como para convertir una cátedra en plataforma, una asesora en cómplice y una comparecencia judicial en acto de presencia.
Begoña Gómez —oclócrata de vapor— representa la versión térmica del poder: esa que no grita, pero sofoca. Esa que no legisla, pero orienta. Esa que no firma, pero recomienda. Y como toda influencia que se ejerce sin control, acaba convertida en sospecha.
Hoy, su nombre es sinónimo de nepotismo y plutocracia (además de insensatez): el que se disfraza de innovación, se maquilla de emprendimiento y se pasea por los pasillos del Estado como quien visita un balneario institucional. Porque en el sanchismo, el poder no se hereda: se comparte por convivencia. Y en las saunas del sistema, el vapor siempre sube.
¡Begoña catedrática! gritan las destartaladas y destarifadas hordas del PSOE…